Estudian la eficacia de las áreas protegidas para conservar la biodiversidad mundial
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Las áreas protegidas (APs) constituyen una herramienta fundamental para la conservación de la biodiversidad, pero los estudios sobre su eficacia demandan una mayor atención, tal y como se expone en el monográfico publicado por investigadores de la Universidad de Málaga y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ‘Effectiveness of Protected Areas in Conserving Biodiversity’. La publicación presenta los resultados de una revisión sistemática de la literatura científica sobre la eficiencia ecológica de las APs publicada entre los años 2010 y 2019.
Esta reciente publicación ha surgido gracias a la sinergia entre los expertos David Rodríguez, del Centro Temático Europeo de la Universidad de Málaga (ETC-UMA) y Javier Martínez, del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC. “Los estudios rigurosos acerca de la eficacia de las áreas protegidas son, aún, numéricamente escasos, y esta se da por supuesta en muchos casos, sin evidencia que lo confirme”, afirma el investigador de la UMA David Rodríguez.
La muestra inicial contemplaba un total de 411 estudios que, tras un meticuloso proceso de filtrado temático, se redujo hasta concentrarse en los 76 artículos analizados, con 1.221.798 áreas protegidas evaluadas, en un total de 36 países. Según los autores de este trabajo, solo se revisaron estudios con diseños de investigación altamente fiables, denominados BACI, que contemplan el estado de la biodiversidad antes y después de un impacto (en este caso, la declaración de las áreas protegidas), entre las zonas protegidas y zonas no protegidas.
Clasificación de la eficacia de las APs
Tras la revisión de estos artículos, el estudio señala la eficacia del 51,32 por ciento de las áreas protegidas en la conservación de la biodiversidad, frente a un 26,32 por ciento donde no se hallaron diferencias frente a zonas no protegidas, o donde, incluso, se obtuvieron peores resultados que en dichas zonas. No obstante, cuanta mayor fiabilidad ofrece el estudio (es decir, si contiene diseños BACI completos), menos positivos son los resultados: 45,45 por ciento de eficacia frente a 36,36 por ciento de ineficacia agregada, incluyendo todo tipo de áreas protegidas en todo tipo de ambientes.
Además, las áreas protegidas terrestres mostraron peores resultados de eficacia que las costeras o marinas, mientras que las de mayor exigencia legal (parque nacional o similar) reflejaron mejores resultados que las de uso múltiple (por ejemplo, un parque natural o una zona Natura 2000). Por continentes, Oceanía y Europa evidenciaron los mejores resultados, justo al contrario que Asia, que acoge los peores.
Presiones sobre la biodiversidad y casos de éxito
“Las mayores presiones sobre la biodiversidad en las áreas protegidas mostradas por los estudios fueron, con mucha diferencia, la deforestación y los cambios de usos del suelo en áreas protegidas terrestres y, en el caso de las áreas marinas protegidas, las actividades relacionadas con la pesca”, aclara el investigador David Rodríguez.
Además, la publicación identificó tres factores determinantes que contribuyen a la eficacia de estas áreas: su gestión, su protección legal y las políticas de conservación; por otro lado, se resumen diversos casos de estudio de éxito situados en México, Francia, Brasil y Tanzania, al igual que casos de estudio de poca eficacia en Filipinas, China, España y Camerún.
Tras esta profunda revisión, el investigador de la UMA apunta que las APs ayudan a reducir la pérdida de biodiversidad, pero no pueden, por sí solas, evitar la crisis de extinción característica del Antropoceno por la intensidad y la extensión de las presiones humanas sobre el medio ambiente.
En este sentido, el estudio concluye que no solo es necesario ampliar la superficie protegida mundial, también hay que gestionar eficazmente las APs existentes, y restaurar ecosistemas y especies clave, de forma que se aumenten no solo la cantidad, sino la calidad de los hábitats disponibles; y sobre todo, tal y como asegura Rodríguez, reducir las presiones actuales sobre la biodiversidad mediante una disminución sustancial de la población humana y del consumo, que son los impulsores últimos de todas las presiones sobre el medio ambiente.